Hay
historias de fantasmas, en cada edificio antiguo, pero dicen que miedo se les
tiene a los vivos, no a los muertos. Esto porque de un gran susto no pasará, y
a menos que sufras de problemas cardíacos, no tendría que ser peligroso. Por
eso esta historia llamó mi atención…
En un
polvorín del Ejército, en medio de la nada, cuentan mil historias los soldados
que fueron destacados desde las distintas guarniciones de la Región Militar.
Historias muy “clásicas”, como la de una mujer paseando por los torreones
lentamente, entre llantos y gritos espantosos.
O la del
soldado enterrado en algún punto del polvorín, tirando de las piernas y
birretes de los soldados de guardia, y que en noches de luna dejaba escuchar
sus lamentos por toda la instalación. Un soldado que habría muerto por las
balas de algún centinela cuando quiso fugar según algunos, por un error según
otros. Por eso su ensañamiento con la guardia de turno, pero también su terror
por los disparos, los mismos que usaban para ahuyentarlo…
Pero la
historia que más escalofríos producía entre el servicio era la cabra. Este era
un animal anormal, una cabra grande, del tamaño de una res aproximadamente. Blanca
según unos, negra según otros. Se paraba frente al centinela mirándolo
fijamente a los ojos. Bloqueó el cajón de mecanismos del FAL o Galil de algunos
que quisieron dispararle, hipnotizó a otros haciendo que bajaran de sus
torreones y lo siguieran. Lo que pasa luego es incierto, nadie que bajara de su
torreón para perseguir a la cabra fue visto otra vez. Solo su uniforme, su arma
y su fornitura con la munición intacta… Se supo que fue la cabra por las
huellas dejadas en la arena y el olor fétido del cabrío viejo perenne en el
lugar. Hubo quienes se relevaron “con la cabra”, porque al cambio de turno
seguía mirándolos, como queriendo convencerlos de bajar. La consigna era “no
mirar a la cabra a los ojos”.
Cuando
llegaban destacados el oficial y sargento de guardia prevenían de ésta
misteriosa aparición. Recomendaban no perder la calma, no espantarse, no entrar
en pánico porque la cabra no podía llegar a ellos. Pero sobre todo,
recomendaban no mirarla a los ojos. Tratar
de disparar para ahuyentarla era inútil, así que era mejor evitarlo. Con no
prestarle mucha atención bastaba.
El caso es
que para algunos esto no era tan sencillo, y es lo que pasó con un artillero. De
él solo encontraron el fusil, la fornitura y la munición. El uniforme apareció
metros más allá, pero del soldado ni rastros. Se supo que fue la cabra porque
ésta estuvo frente al torreón desde el turno anterior. Al amanecer el olor a
cabra vieja era insoportable en ese lado…
¿Qué pasaba
con los soldados que la seguían? La verdad es que los militares no se atrevían
ni a imaginarlo. Tampoco entendían dónde podía llevarlos. Es fácil creer que se
fugaban, que desertaban. Pero ¿Por qué sin siquiera llevar el uniforme?
Entendamos que el polvorín está en medio de la nada, a decenas de kilómetros del
pueblo más cercano. Sin arboles grandes ni agua siquiera, porque el terreno es árido y el
sol es abrasador durante el día. Definitivamente no es buena idea fugar así…
Si la cabra
sigue apareciendo, no lo sé con exactitud. Desde cuándo lo hace es algo que también
ignoro. Solo supe que las instalaciones eran de un batallón de morteristas o algo
así antes de ser polvorín. Probablemente ya esos soldados contaban historias de
esas apariciones. Lo cierto es que de todas, esa es la más temida por todos…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario